martes, 11 de noviembre de 2008

Carlos Fuentes




A propósito de los 80 años del escritor mexicano, Carlos Fuentes, es deleite referirse y dedicar algunas líneas, a la obra de un escritor tan prolífico, cuyo contexto no sólo es lo literario, sino en mi caso, referirme a él como un promotor indiscutible de la lectura.

La valía es incuestionable desde los diferentes ángulos literario-políticos, pero, mejor aún, reitero, si lo considero el promotor de mi juventud literaria. Fuentes con su literatura, creó una metáfora infinita que a la fecha continúo: la libertad literaria e ideológica.

Supongo que la libertad literaria, la reforcé con algunos autores que más tarde abordé, claro es, más dirigidos y claro lo es también, más enfadosos por haber dejado que llegaran bajo recomendación o que aprendí a leer bajo discreción en las librerías, en largas horas del día, o bien, porque pensé sentirme al ritmo de la moda bajo el brazo, esta última es sin duda la más desastrosa, puesto que llevar ese ritmo bajo el poder económico, fue sin duda, jugar a las patadas con Sansón.

Es cierto que mi lectura no inició con Fuentes; mi primer acercamiento literario fue con “El Líder” de Harold Robbins, escritor norteamericano, cuyo contexto no dejó más que un asombro mínimo por la lectura, pero cierto, un gran placer por haber conquistado alrededor de 2cientas páginas.



Según yo, tendría 11 años y, los vericuetos por el mundo de las letras acomodadas “unas tras otras” fueron llegando poco a poco pero, en realidad mi mayor entorno fue, enciclopédico. Mi casa, ya contaba con tres o cuatro enciclopedias, las cuales bastaron para dos cosas: la primera, para que se viera bonita la pared y la segunda, para que alguien le tomara el gusto a la cultura, término que generalizaba en los setentas algo grandioso y desconocido.

Al paso del tiempo y viviendo en la ciudad de Chihuahua, encontré en una librería de lo usado “La muerte de Artemio Cruz” y la vitalidad de esa novela me persuadió a buscar más sobre ese gran autor. Después fueron “Las buenas conciencias”, “La Región más transparente”, “Tiempo mexicano”, “Aura”, “Terra Nostra”, etcaetera, etcaetera y así fue hasta que el tiempo amainó de Fuentes y, dejé que la lectura-palabra, fueran una grata experiencia con la que había sido sacudido por don Carlos.



Al paso del tiempo, con música de los Beatles y libros de Fuentes a un lado, ya mi vida experimentaba algo imprescindible que no podía soslayar los fines de semana. Regresar en periodos vacacionales a la ciudad de México, durante cuatro años, le ponían un toque especial pues, ya era visitar museos, librerías o bien, era respirar algo de lo que el autor desentrañaba en aquella ciudad capital.

De tal forma que el autor de Instinto de Inés, no sólo era una parte de mi vida como lector, sino más bien, un complemento a todo aquello que emanaba algo relacionado con la cultura. Obvio era, que ya existían autores importantes, a los cuales ya comparaba con mi autor predilecto. Octavio Paz, fue uno de ellos.

Es cierto que con Carlos Fuentes, creo en mi interior, el mito de los grandes personajes que se venían calcificando en América Latina, de aquellos intelectuales escritores y diplomáticos, que por excelencia habían encendido la pasión por la lectura y una fuerte dosis de lo ideológico en diferentes puntos del continente. Fuentes me remitió no sólo a Latinoamérica, sino a Francia, Praga, España y Rusia, de tal forma que el viaje emprendido fue in crescendo. Ya Argentina, Chile y Cuba, eran puntos de referencia obligada, ya fuera por lo literario o bien por lo político y social, lo cual impregnaba un sabor y olor de exquisito gusto.





Al regreso de Chihuahua, ya no era solamente un lector, ya la palabra estaba presente y podía platicar o recomendar, ya visitaba bibliotecas y las librerías de lo usado, no sólo eran los centros de acopio, sino los sitios predilectos de la semana.

Sin embargo, la posmodernidad me ha develado que los mitos caen poco a poco y que el peso literario-ideológico se convierte en una especie de cultivo que ya no hay que creer tan obstinadamente, sobre todo, porque la espontaneidad que nos ofrecen los nuevos tiempos, son un reto de corta expectativa, es decir, que figuran escritores con un caudal literario amplísimo, y que no necesariamente son intelectuales-diplomáticos-ideólogos-políticos.

Ahora no sólo se nulifica el culto al mito, sino también al caudillismo intelectual, incluso esa especie de pandillerismo-gansteril, que coqueteaba con los medios electrónicos e impresos, los cuales se la pasaban adorándose los unos a los otros; hoy eso todavía ocurre, pero existe una fuerte distensión por parte de los escritores y los medios digitales como el internet, cuyo nicho centra ahí una forma cuantiosa e invalorable de comunicación.

Es verdad, que con el paso del tiempo y de los libros, ya no es mi autor favorito Carlos Fuentes. Aunque a decir verdad, es imposible no tenerlo en el librero de los imprescindibles y claro es, que es lectura necesaria para entender algo más allá de nuestras narices como posibles lectores.

Ahora ya se puede leer a Roberto Bolaño (1953-2003), que con todo rigor ocupa el ausentismo de aquella casta de escritores-diplomáticos-políticos. Aunque no he podido leer todo del chileno-mexicano, me basta saber y de sobra lo sé, que hay tiempos para cada cosa, y una de ellas es creer nuevamente en los aires nuevos de la novela latinoamericana.