domingo, 7 de septiembre de 2008

Sueño perdido

Para Mary, mi esposa.

Una voz al oído me despertó preguntándome:
¿Hay más muertos debajo de la tierra que vivos sobre ella?

La necesidad de contestar me devolvió el sueño que había perdido horas antes. Afuera el ambiente helado y el viento endeble, arrastraban escasas hojas secas y amarillentas, quebradizas y filosas como temerosas de algo, siempre desfilando por el despeñadero del tiempo, parecido a la pasión en que algunos seres humanos se desbordan y se rompen o en su caso se pierden, entregándose a la leve queja de la fragilidad.

Esa voz, nuevamente esa voz me susurraba y me hacía mantener despierto ahora por algunos segundos. La mirada fija y clavada en el buró como queriendo recordar algo y no saber qué, para después quedar nuevamente dormido bajo el influjo del mismo sueño.

Supongo que la parte onírica empezaba con un desliz, con dejarse caer ante la oscuridad, dejarse trasladar mientras una serie de imágenes le cicatrizaban a cada noche su querencia ante la vida. Una serie de espacios de geometría se apoderaban de su mente apareciendo una infinita y puntual imagen con resplandecientes puntos que no arrojaban calor, sino simplemente un brillo interminable, palpable y frío que provocaban un cansancio sin eco hacia la parte más profunda y certera del sueño. Era como una vida plástica y estaña, sin sentido alguno.

Desperté en un tono jadeante y quejumbroso, mis manos apretaban el abdomen como si habitara un dolor profuso dentro de mí. Haber permanecido infinito tiempo recostado sobre una cama tan blanda de agua como mi salud, no permitían levantarme tan fácilmente. Con pericia y lucidez, hice un movimiento abrupto que de forma e ímpetu demoníaco, logré ponerme en pie, para después, limpiarme con la punta de la lengua el sudor que escurría por un lado de la boca como en presencia de un acto de lujuria de arrabal cualquiera.

En pie, en sentido torpe y lerdo, me aproximé a la ventana y recordé por un instante un pasaje, un hermoso pasaje que con desdén y en complacencia con la oscuridad impregnaban un frío y una serie de sombras del viejo árbol que lejano, se mostraba como ese sueño o más bien, como alguna ruina tan símil a aquella pregunta y su contenido que me habían despertado con anterioridad. Recordaba y, al hacerlo, escuchaba el movimiento pesado y curioso de las ramas, porque a pesar de que se mantenían al aire, su follaje se arrastraba al oído como el principio de esas lejanas horas de la infancia en que uno empezaba a conocer el miedo a través de la naturaleza. Ahora el miedo estaba en un rincón de la casa o de la calle o del mundo.

Si bien el recuerdo de la pregunta no me inspiró demasiado tiempo para divagar, sí mantuvo un cierto desasosiego por tal respuesta posible. Qué sería si fuera afirmativa tal pregunta, en el sentido de que hubiera más muertos debajo de la tierra que vivos sobre ella, sabía que se conjugaba sólo el tiempo presente, limitándome a no factorizar un futuro y pasado inciertos y, que probablemente no me llevarían a nada en lo absoluto. Después de todo, sabía que el mundo era un enorme sepulcro o caja negra, no más. Después de todo me daba igual saber de aquellos hombres muertos o vivos, la indiferencia me arrastraba de igual forma a una cierta comodidad que no afirmaba o negaba, así como tampoco me conduciría a una satisfacción de una respuesta conmovedora.

El orden de ideas no me permitió volver a la cama a conciliar el sueño, de tal forma que la insensatez del cuerpo y la corrupción de ideas noctámbulas me proferían a salir a caminar para despojarme de todo aquello que me ensimismaba. Y esa noche equis caminé. Me perfilé como lo hubiera hecho en un día soleado, verbigracia de tierra, polvo y mierda con que aquella porción de ciudad le merecía un nombre mísero, ambicioso y chocante, Los Reyes, a caso como la concepción tripartita de lo divino, lo absoluto y fantasioso.

Esa noche en curso, me topé de forma obstinada bajo la sospecha del signo de la muerte y en su caso, representada por una cruz o simplemente un bote oxidado con flores secas, con el culto al recuerdo de un Descanse en Paz y un Recuerdo de tus hijos, en camellones, detrás de un poste, en plena banqueta o en donde el suceso hubiera acontecido, ahí quedaba la señal de la desgracia, del tiempo irremediable que surgía en forma de dolor para los que se quedaban. Restos ya putrefactos de perros por doquier y por ende heces fecales al por mayor, basura con la cual tropezaba en el camino, escupitajos de mala leche, olor de orines penetrantes, mierda de Homo Sapiens, mala hierba crecida, telarañas y su abismal arquitectura. Desde mausoleos adaptados que iban más allá de una cruz, hasta envases de algunos refrescos hechos florero, eran parte de la presencia de aquella atmósfera intempestiva del que fue arrollado o asesinado en ese lugar, en que ahora sino moran sus restos, sí el recuerdo vacío de un panfleto urbano en dónde la miseria se asoma como en aquellos días de mercado en que abundan los niños y perros, dispuestos a tragarse todo cuanto encuentren al paso de la verbena popular.


Mientras caminaba por los hábiles senderos, en medio del surco seco y amarillento del pasto, estos parecían serpentear casi incendiados por la noche ya trémula de la sombra vencida, ante la luz recurrente del amanecer.

Imaginé varios epitafios que potencialmente se leyeran: “La locomotora de los árboles” o “Estrecho paisaje de la vida” o bien, “Que se pudra quien lo atropelló” “Maldito seas” “Ojalá mueras igual” “Asesino hijo de puta” “Qué poca madre” “Adiós al sueño de la vida”.

Epitafiar o firmar con el nombre de una mascota hubiera estado del todo bien: Fido; Spanky; Gurrumina; Diablo; Black; Pelusa; Abelardo; Candy; Perestroika; Bush; Lenin; Reagan; Chilindrina; Bethoveen; Descartes; Junior; Champ; Paloma; Fifí; Negro; Canito; Suwi; Pirata; Poncho; Godzila; Firulais; Joker; Rebeca; Muñeca; Negra; Cofi; Lobo; Paloma; Dash; Ramper; Cual; Colmillo; Hitler; Chocolate; Tofico; Combi; Cougar; Fox; Roqui; Rambo o bien, el apodo de un amigo: El Chango, Natas; Guerry; Pótamo; Caníbal; Caballo; Zorri; Cachiprestas; Lobo; Silabario; Piteco; Tamal; Conejo; Tigre; Apendejado; Chirris; Chato; Chelín; Mamilas; Ostin; Güero; Diablo; Perro; Chón; Ñoño; Pichón; Pichona; Cuervo; Perla; Morusa.

No te olvidaremos. Descanse en Paz. Recuerdo de su esposa e hijos. Siempre te recordaremos. Que Dios te bendiga. Recuerdo de tus nietos, de tu esposa e hijos. Dios te salve.

Era claro que aquella porción de tierra no era la más panteonera, ni la más sepulcral pues, gran parte del cuerno de la abundancia lucía una fealdad fantasmal entre real e imaginaria. Qué tal sería pasar por la Plaza de las Tres Culturas y mirar una infinidad de cruces; Acteal; Juárez y sus cruces en medio de la zona desértica; Aguas Blancas; la ciudad de México; Sinaloa; Michoacán; Jalisco; Chihuahua; Guerrero; Estado de México; Baja California y el resto de los estados de nuestro pais gótico, sin su héroe plástico. Qué decir de los muertos por asalto; dentro de los bancos; al dueño del bar o antro, discutiendo y negociando con los dolidos el poner una crucecita en medio de la pista del baile o entre las mesas; al que murió electrocutado; al que cayó en horario laboral; en las autopistas y sus aludes de lodo y roca; al que murió asesinado dentro de su coche; a los que se arrojaron al metro; a todos aquellos que morían en el río y mar; en los bosques o en las llanuras; en hoteles; en el cine; teatro; escuelas; hospitales.

Esa era nuestra posmodernidad ficticia y lúgubre, una realidad desbordada, sucia y atávica; virulenta y mordaz; ante tal me preguntaba ¿qué había qué esconder o aparentar? Ya no se podía pensar que fuéramos un pueblo gozoso de la muerte, era vilmente una mentira o mas bien, mortalmente una verdad.

Antes bien, el regreso a casa debió ser un afecto, pero fue demoledor caminar bajo un esquema de miedo, ante una luz inminente, sabiendo que la vida se reducía a una serie de espacios y escombros, a una serie de identidades perdidas, anacrónicas y sin respuesta, era vivir en propio una misma humanidad que a diario se regocijaba por despertar y hacer vida, dormir y desaparecer de la misma, abandonarse, soñar mediáticamente y guarecerse aun más allá de nuestra propia verdad, la angustia de no hallar respuestas, de saber que la existencia era descubrirla bajo el poder de un sueño que se había vuelto como una gran burbuja en la intermitencia de la noche, aquella madrugada que fielmente me otorgaba espacio y tiempo, poco a poco, fue esclareciendo y develando lo ancestral de aquella pregunta.

Me alejé harto, motivé mis pasos para llegar tan pronto a casa mientras consumía un cigarrillo y, en cada paso sentía el latir de mi corazón que intenso, parecía más asustado que el resto del cuerpo.
Led2008.