martes, 23 de septiembre de 2008

Cumpleaños





El buzón harto de cartas empolvadas, presumía al pie del pedestal un paquete con una inscripción que decía C.O.D., fecha y compañía que lo trasladaba, además de una leyenda que refería en forma diagonal As seen on T.V.

Al interior de la casa, figuraba un laberinto que cobraba vida en cada espacio que la contenía, de tal forma que, no sólo era protección, sino vestigios antropológicos que el ser humano había desarrollado.

Empujé el cerrojo ya dentro la llave y al instante miré un bolso que inmediatamente reconocí.

Liz Novaro, pensé.

¿Liz? Grité con una voz un tanto exasperada.

El silencio desapareció inmediato a mi voz y, en cambio un aroma de agradable sensación recobró vida por un instante. Ya la veía bebiendo una infusión de anís, tequila y una pizca de hierbabuena un tanto caliente. Ya sentía su presencia de años. Su nerviosismo y su andar en bicicleta, que por gracia médica le fue recomendada. La recordaba como aquella que era ahora, intacta, de pocas amistades, era le decía yo, una pintura de Remedios Varo, vuelta realidad. Sonreía cada vez que escuchaba eso y decía, no mames.

Hola, hola y, aparecía sonriente, gratificante a mis sentidos. Para entonces, mis lágrimas buscaban un lugar donde estancarse sobre el rostro. Cuando me abrazó, supuse el apreció hacia mí y pensé en breve, que no requería del lenguaje hablado para que me entendiera, que sólo asirme a ella era suficiente para descargar parte de la vida, de mi cuerpo cansado, del mundo y su universo entero. Me llevó a la cama y reanimé el sueño, dejándome caer en su complejidad, sin imaginar ni pensar nada.

Mientras tanto, mi casa era otro universo, era un respiradero en el que se encontraban contenidas formas e imágenes. Por ejemplo: Los fantasmas de la vida. Los secretos pasionales. La herencia violenta. El encantamiento por la vida. Las noches tristes. La esperanza de lo eterno. El motivo de seguir creyendo. El soliloquio de la vejez y el pensamiento en el baúl de los recuerdos.





Imágenes trazadas por aquel universo y sus interiores, por sus espacios, colores y accesorios modernos que ocupaban y significaban algo, ahí permanecían quizá impregnadas o disueltas sobre el polvo que cubría los objetos de la decoración.

El cantón; la maison; das haus; the house o como fuere, poseía razones poderosas que entre figuras y juegos geométricos de columnas y espacios silenciosos, fríos, se unificaban para hacer una algarabía única.

Era una teoría relativa a la ambigüedad primitiva, en donde la especie humana había guardado secretos interminables y que en cada circunstancia estaban presentes el orden y el caos como hitos de la humanidad.

Se encontraban: un narcisismo bajo la sombra del edén religioso. El desdén por la vida o por el color de la piel. La permanencia aburrida de la moral. Manchas de sangre por vez primera. Sábanas sucias. Estudios en vano. Correspondencia. Agua y vino. Existencia entre alegría y dolor. Deterioro frugal. Encantamiento de los dioses y Santos. La inacabada forma de los enojos. La transfiguración del yo y la sed ero romántica del amor.

La puerta como inicio de la ficción, era la entrada y salida permanente de aquel dintel que, testigo fiel del haz de luz que penetraba en sigilo, parecía un misterio súbito y no divino. Junto a la puerta, el umbral de pasos como caminos se presta para quien parte definitiva o temporalmente, la puerta era el horizonte y reflejo del mundo hacia el hombre mismo, el único reducto fiel a la verdad que entraña al hombre, pues ahí se apuesta el destino.

Contrario es la ventana en que se agita el recuerdo, porque ¿no es más el recuerdo que el mismo horizonte el que se nos ofrece? Desde el cristal, infinidad de formas se contemplaban hacia el jardín memorial, ahí vegeta y languidece todo, menos el recuerdo. La ventana por su ubicación, era por un lado, la escala de haces de luz, la mañana arbórea, el estallido que prorrumpe la nostalgia o la melancolía en días lluviosos, invierno sosegado y de estrellas en un cielo feroz en que se adoran los sueños y se maldicen los días. Es principio para quien habita en el apartamento de los sueños, esquizofrenia, depresiones y devastaciones ante el mundo de la embriaguez.

Mientras la sala era la fuente alveolar de las visitas, que nada tiene que ver con la parte del festín frugal del comedor, aunque de cierto sucedan la inapetencia o la gula, sea o no, es presencia de la desigualdad absoluta que rige a la vida moderna. La sala es la carátula de las vicisitudes en que se exploran parte de las sonrisas, el área de luz que trasmina desde hipocresías rebosantes hasta la mamífera estancia inaguantable de los visitadores inoportunos. Es rincón del memorable adiós para el difunto, en que gladiolas, rosas, claveles, crisantemos y nubecillas, se abaten ante las fuerzas del mal y como testigos primigenios el fuego, el incienso, la sal y el agua. Es la conquista del espacio por los allegados, el sortilegio y vacuo paraíso siútico de damas y caballeros. Adán y Eva no cabrían aquí pues, llena más el misterio que el mismo pecado, ya que en ellos existe el infortunio y en nosotros lo continúo.

La habitación, es quién puede esclarecer qué somos cuando no queremos ser; es la piedra de sacrificios, consumo de almas y cuerpos simbolizados en la elemental esquizofrenia del amor, misterio del ramo de flores conjurado entre la alquimia y el deseo del placer. Una habitación es el lugar que contiene fuerzas y equilibrios, aromas que en un chispazo de genética generarían vida, se contienen y abarcan las palabras que no son otra cosa que la longevidad de lo que hemos sido. Dentro de ella, hay una feria encantada de mágicos ensueños que esculpen gigantes segundos de placer, parecido al sueño que contiene espejos y no son sueños, sino el reflejo abierto y compulsivo del sexo que en silencio se conduce al páramo de los milenios en que confluyen las vidas.

No sé qué tanto tiempo pasó, pero apenas si recordaba aquella mañana la presencia lejana de Liz y sentí que eran meses los que habían transcurrido. Algo muy obvio había sucedido, dormí sin cesar, espléndido concilié el sueño y me entregué justo al incipiente sueño moderno que rondaba travestí dentro de mi habitación.

Era un hecho que la vida aunque colmada de circunstancias, sólo revelaba algunas y una de ellas, era la exigencia nocturna de soñar o inventar la presencia de Liz Novaro, en aquel día en que celebraba un año más de mi existencia.