martes, 30 de septiembre de 2008

De los tres.

La realidad fue, que ya tenía tres motivos para intensificar los actos de mi vida. A Liz Novaro, la recordaba a pesar de su abandono, la lluvia, estaba seguro, arremetía con su presencia hasta llegar el otoño. La recuerdo por sus labios, estructura silábica de un abecedario dérmico, que posibilitaba continuamente un hablar sobre la forma de los objetos; a Karla, la recordaba una vez frente al computador, junto a ese compacto universo de unos y ceros, de escala de búsquedas y visitas sin previo aviso y, a Coca-Pan, que se había convertido como lo había expresado Karla pocos días después de su muerte “en una idea original que había expirado su significado”.

A karla la conocí el mismo día que a Coca-Pan. Un par de años sería suficiente para dar énfasis al tiempo y recuerdo de cuando los conocí. Logré que se conocieran al hablarles sobre cada uno, intensifiqué sensaciones y aromas que deleitaron ambos. Les manejé una amistad cósmica y ahora, él muerto atropellado y ella desvanecida de la red, ambos de la realidad, de todo. Tenían la misma edad y eran del mismo día de pumple. Llegué a pensar que eran la misma imagen pero equidistante. Ella en el norte y él en el centro del país. Ella cibernauta, él, analfabeta informático.

Con Karla había hecho vida telefónicamente. Nos habíamos conectado diametral y virtualmente. Incluso, visceralmente teníamos actitudes irónicas, de mala onda y las justificábamos con la sonrisita típica del mensajero instantáneo “jajaja”. A veces era tan sórdida la charla que necesitábamos escribir el “jajaja” inmediatamente después de una frase, o algo que necesitara ser una broma o un mal chiste.

Llegamos a beber y charlar en varias ocasiones por la constante telefónica hasta por ocho horas, sólo interrumpíamos la plática cuando íbamos al baño. La charla que recuerdo nos llevó tiempo, fue hablar sobre Oscar W. Nos carteamos varios micro-ensayos y de ahí generé el tema el cual me ha mantenido alejado transitoriamente y de súbito con Karla, el de las puertas como significado simbólico ante la vida. La vida es real, no más, argumentaba Karla, la vida no es fantasiosa y su simbolismo no me afecta, es más, es delirante y diarreico tocar ese tema y tómala, me colgó.

Menos mal que coincidimos en tres libros y autores, de los cuales, dos fueron los más anecdóticos, Kafka “El castillo” por su agrimensor y de Álvaro Cunqueiro “Las crónicas del sochantre”. Hablamos de sexo, que en realidad fue algo como un deseo inapropiado, pues seguros, el pudor asomaba y no alcanzaba a ser colmado, abandonamos el tema de inmediato. Sobre sueños y sus alcances fantásticos; sobre la televisión y su estocada a partir del big brother; de la radio simplemente mostrábamos cierto fastidio por su alter ego y nos alejábamos por completo del tema. Ahora era más interesante buscar radio internet. Sin anuncios, sin rollos políticos, sin línea y con más vibración posmoderna.

Mi amistad con Karla, a pesar de lo intenso que era a través de dos hilos de cobre, de horas de desvelo en medio de la noche, se intensificó por nuestro culto hacia la palabra, por ello rompimos la regla impostora del internet y sucumbimos de esa realidad y nos enganchamos vía telefónica.

Sin embargo, Coca-Pan fue una amistad diferente, sin condiciones de tiempo, sin límites de lenguaje, fue, ahora recuerdo a karla nuevamente “una idea original que había expirado su significado”.

El suceso de Coca-Pan fue lamentable al no haber sido reconocido por alguien, nadie lo reclamó. Cómo lo iba a reclamar yo, ni siquiera tenía para llevarlo a un panteón. Era claro que lo consideraba mi amigo, pero eso no indicaba más. Es más, me imaginé solamente en la posibilidad de verle la cintilla en el dedo gordo y huir. Además tenía que ver con aquello de su posteridad, de su no pertenencia, del dilatado examen de la vida que había llevado al cabo, sobre su confesión de haberle hecho juego a la vida y perderse y abandonarse y no buscarle aristas a la vida en su trajín del diario. No sé en qué parte desaprobó su consentimiento a la sociedad y su moral pedante. Nada era ignorado por él. Se desborda Coca-Pan ante el mundo, era como un animal herido en pleno siglo 21. Recuerdo haberle contado respecto al término de fin del mundo una vez llegado el S21, sonrió y dijo, cómo pudieron creer en eso tantas gentes, bola de pazguatos.

Aquella noche lo vi morir lenta y trágicamente como el ave que es alcanzada por un tiro certero. Le observé en brazos de un policía municipal, no por ternura o compasión de ayuda, sino porque le interrogaba formalmente sobre el hecho. Coca-Pan, reclamaba vida en su rostro, pero no alcanzaba a abrir la boca enteramente y cuando lo hacía, salía un vago vapor que se perdía de inmediato y con él su último suspiro. Se intensificó el ruido de patrullas y movimientos policiales, la gente se arremolinó, le tendieron la sábana blanca y en derredor le colocaron veladoras.

Llovía poco, ligeramente menos que su vaho expulsado en los momentos de intenso dolor, menos que ausencia de latidos y ligeramente mucho menos que un cuerpo capaz de generar su propia temperatura. Así como la lluvia caía y se dispersaba, su vida también se hacía bolas ante todo y nada, sólo la sangre se hacía tangible de no ser por el correr del agua, en el escurrir de un camino que formaba ligeros surcos vívidos de movimiento.

Ocurrió la noche del día 23 de junio, noche en que dilatado el ambiente por el aire, sucedía todo, porque en verdad, todo coincidió y ahí se contiene parte de esta historia.

Ahora, meses después de la ausencia de Liz Novaro, de karla y de Coca-Pan, empiezo a escribir algo tratando de sobrellevar la ausencia. El documento no es parte de una afición por la escritura, era bien, una especie lúgubre de justificar a través de un documento, un vacío que empezaba a calar suave y lentamente en la intermitencia de la noche, dentro de mi habitación que con un toque tibio y nostálgico, de esos que sientan bien en otoño, asumen la correspondencia del recuerdo, pero solamente eso.