martes, 7 de octubre de 2008

ANDRÉS CAICEDO: Un pop urbano en Cali

Andrés es un buen narrador. Caicedo es ausencia. Andrés Caicedo existe por su obra. Para ello sirve la literatura y la muerte. Hace un par de días releí algunos textos del extinto escritor colombiano Andrés Caicedo. Le conocí en una fotografía-cartel en la FIL Guadalajara (Feria Internacional del Libro) 2007, de hecho, adquirí tres ejemplares: ¡Que viva la música! (2007), El atravesado (2007) y El cuento de mi vida (2007), los tres bajo el sello colombiano de Grupo Editorial Norma.






¿Es difícil comprar textos de una persona suicida? He de confesar que no, pero ¿Por qué comprar tres libros con crédito plástico? Parte del interés que mostré al autor, fue porque la presentación la realizó el escritor y cineasta chileno, Alberto Fuguet, que entre otra de las razones es, por centrarlo como precursor de la literatura urbana colombiana.

Literatura no ficción, es una forma desesperante de vivir un tanto el drama de lo urbano, de su cotidianeidad y sus consecuencias, que no son otra cosa que su calamidad, sus excesos, su marginalidad, sus injusticias y todo lo equiparable con su veleidad inalcanzable, es decir, el deseo frustrado de lo que queremos y no podemos ser. Pero, ¿Qué quería ser el caleño? Si bien su intentó por acercarse a Hollywood como guionista de cine fue fallido, encontró caminos paralelos como cineasta en su ciudad natal, obteniendo reconocimiento como crítico en diversos medios, editando y por consecuencia padeciendo de aquel pesar que sólo él sentía.

Por supuesto, hay razones obvias para voltear hacia lo colombiano y más si se trata de un joven prolífico que vivió intensamente y dijo.

¡Nel, paso, después de los veinticinco no!

Parte de su obra me ha gustado, por cuestiones de temporalidad, por ser parte de aquellos textos no leídos en mi haber y que cierran un ciclo literario en mi vida. En nuestro país, es difícil leer algo similar, de hecho no hay mucho ¿lo hay? con ese contenido real, dramático, que resuma en gloria dos cosas que son cuatro a la vez: escritura, droga, vida y muerte.

“Yo pensé que mi vida era ordenada en lo literario y no fue así, al contrario, encontré un verdadero desastre entre autores que impusieron un orden y legalidad intelectual, una disciplina ornamental y de estética”

Nació en Cali, Colombia, en 1951 y murió el 4 de marzo de 1977 en la misma Caliwood, como solía decirle a su amada ciudad. Su vida transcurrió por los sesentas y setentas, décadas relevantes por lo social político en América Latina. No sin querer, Caicedo vivió devorando la realidad, asumiendo su propio juicio, para que al final tocara la puerta y dejara de existir:

“La vida después de los veinticuatro es una insensatez, edad en que uno deja de ser niño” y se suicidó a los veinticinco, el mismo día en que recibió su primer ejemplar de ¡Que viva la música!




Asumió con frialdad su propia crónica; entonces por ello su temporalidad y su propuesta que aun crítica que me hacen pensar que Andrés no murió joven, mas bien, ha muerto lo suficiente para vivir lo necesario literariamente.

Andrés no aparece como icono de la drogadicción, acaso la adicción que tiene es ser cinéfilo y crítico, escritor que en referencia a su inmediatez de lo que acontecía en lo social político se amplía a vivir de su música, de la droga, del alcohol, del cine, de la escritura lectura que abundan en su personalidad, en su carácter complejo pero creador.

Asume su mundo de tocadas, de pachangas, de reventones y roles en su barrio; se salva, vive de noche y regresa a casa con música y drogas, es un fantasma en ritmo y música ya que trascienden en él géneros musicales como la salsa y rock. Es un pop urbano en Cali, un tanto nostálgico que empieza a sentirse como un desgarrado producto de la sociedad y de su amor o desamor.
¿Se puede vivir más en una ciudad así? No lo sé, verdad que no lo sé. En todo caso, Andrés Caicedo vivió y ha respondido como un excelente narrador, que ejerció fuerte reacomodo de ideas e imágenes en este mes de octubre del 2mil8.

Andrés el caleño, escribió y vivió su propia novela y dejó una pendiente: a decir del colombiano, una muy violenta que llevaría el título de: Despescueznarizorejamiento.